
Esa imagen me vino a la mente hace poco. Indiscutiblemente una comparación que viene cuando estás abstraído en tus pensamientos. El Universo está conformado por millones de partículas, muchas de ellas desconocidas, de las que tratamos a toda costa conocer, adivinar, indagar por esa misma necesidad absurda de siempre querer saberlo todo. ¿Qué pasa con las que conocemos? Las tenemos etiquetadas, firmemente atadas a una palabra que alguien más creó y no podemos destruir porque no tenemos la valentía… y como en cada Universo, hay un centro. Alrededor de él giran millones de partículas que poco a poco logro identificar con claridad. Unas te dan luz, en realidad muy pocas. Otras intentan sustraer esa luz, en realidad muchas. La balanza se rompe y es cuando intento alejarme de ese choque que hasta hace poco consideraba estrellas, son sólo rocas.
Viajo con esa luz que aún me queda y que ahora defiendo a capa y espada. Viajo y recorro una vez más cada momento, cada pisada, cada palabra. Callo y escucho. Escucho y callo. Enciendo los motores y sigo viajando, hacia delante… Desechando lo que sobra y aferrándome a lo que quiero. Viajo.